Miro ese punto fijo que no deja de borrarse. Desenfocado. Problema de los ojos miopes y astígmatas. Vuelvo a intentarlo. Me concentro y apunto ahí a la mancha húmeda de la pared. Pudiera hacer oídos sordos sin tanto esfuerzo. Sin el asalto del dolor de cabeza.
Tus palabras son potentes. Luchadoras. Logran llegar a la fuente de mi escucha. No se dejan seducir por el silencio y la mirada vacua. Tus palabras saben. Me conocen. Deducen que escucho a pesar de todo. Pero no las asumo.
Quisiera gritar y decirte que no te vayas. Que es posible seguir de todas formas. Que todo va a calmarse. Pero no das respiro. Tus labios se mueven y se mueven. Yo quiero acallarlos. Coserlos, Pedirles que paren. Ese movimiento me enloquece. Y tus manos acompañan. Con gestos nerviosos. Espasmódicos.
Las lágrimas me saltan. De mirar sin ver nada. Vas a confundirlas con el dolor que contengo en mi esperanza loca. Negación de perderte. Son un equívoco que enmudece tu boca y aquietan tus manos. Detienen la ágil tortura de tu lengua.
Quisiera aprovechar este momento para decirte que no quiero perderte, que te amo todavía. Vas a irte tarde o temprano. No por mis defectos o virtudes. Vas a irte. Por vos. Me duele verte tan lejano. Yo que te creía mío.
Látigo el mío del silencio. Flagelo de la impotencia. Espero verte ir para no verte. Concentrar mi rostro en la mancha húmeda y constante. O cerrar los ojos. Simplemente apagar la recepción. Recaer en un calmo off.
Así siento tus manos en mi espalda. Sobre mis hombros tu pelo acaricia suavemente mi mejilla. Tus labios húmedos, una mancha en la pared. El calor nuevamente quiere arrancar algo del mudo cuerpo que poseo. De todos modos vas a irte. Y es lo más ingrato. El crudo silencio de tu partida.